Entonces I. me pregunta si me enteré del último escándalo de seguridad informática: el hackeo de una base de datos de 6 millones de chilenos. ¿No te parece escandaloso?, me dice con una expresión algo excitada. Y a pesar que sé que busca sincera complicidad, termino respondiendo afirmativamente con mi cabeza a su pregunta. Aunque sé que la respuesta es mentirosa.
Recuento rápido. Diría que el 80% de la música que escucho en el día está registrada en Last FM. Que todas las fotos de mi vida en este último año y medio están en mi Flickr. Sin dudar, el 100% de mis intereses y experiencias desde el 2004, creo, han estado/están/estarán escritos en alguna memoria de página de Internet gracias a los blogs que he tenido. Apuntaría también que el 60% de las interacciones que mantengo al día son por MSN y un 10% por Gtalk. Debería agregar que el 99% de archivos e información formal la manejo a través de mis correos. Pago mi arriendo, las cuentas y hago traspasos por deudas varias a través de la sucursal virtual de mi banco (y hay que decir que es pésima). Mi Emule está funcionando todo el día en cada ocasión que enciendo el computador, aunque mis intercambios de archivos prioritarios son por Zshare y Rapidshare. Mi RSS mantiene todas mis lecturas diarias. Del.icio.us es el único lugar en que confío para guardar los contenidos que me interesan, todos, claro, estructurados por una imperfecta pero suficiente folksonomía que me funciona regio. Y cómo no, porque me da un aburrimiento enorme encontrarme con un vendedor que de seguro me atenderá mal, hago un 40% de mis compras en Internet.
Jamás -al menos concientemente- he firmado un contrato de confidencialidad con aquellas interfaces. La única vez que pienso en el concepto de «seguridad» cuando estoy en Internet, es cuando en el navegador aparece un candadito en la parte inferior de la pantalla. Y cuando me avisa que no lo es, lo confieso, cliqueo Aceptar igual.
Entonces I. me pregunta si me parece escandaloso el último incidente de seguridad informática. Y a pesar que sé que busca sincera complicidad, le miento y le respondo que sí. A estas alturas, que haya una base de datos suelta con mis datos no puede importarme menos, la verdad. De hecho, a tooooodo mi rastro voluntario en Internet, pienso agregar seriamente el registro minuto a minuto de mi vida con un Twitter personal. Y de paso, desechar la posibilidad que la gran tienda deje de mandarme ofertas que nunca pedí al mail solo porque igual aciertan con lo que necesito. Hay que decirlo: a mí la web semántica me vendrá como anillo al dedo. I. no lo sabe, pero me puse la soga al cuello hace mucho tiempo. Yo soy mi propio hacker.
:::
Foto CC clurr.