Ni la precordillera pseudo indómita los separará. Ni una charla organizada por la elite chilena sería el impedimento. Ya dicen que para algo sirve el Twitter, los blogs y esa cosa llamada Facebook. Nada impidió que la comunidad autodenominada tecnológica/bloggera asistiera a la conferencia de uno de sus líderes más admirados: Chris Anderson de Wired en la Universidad Adolfo Ibáñez. Para muchos, su brillante y alopécica cabellera es la lumbrera que guiará los destinos tecnológicos del hombre. Una especie de mesías del que sus admiradores no tienen temor a gritar: «¡No tengáis miedo de mirarlo a él!».
¿Hay que tenerle miedo? Respeto, quizás, cautela, mejor. Cada vez que me enfrento a la –no se puede negar– estupenda Wired, me repito las palabras de Mark Tribe (fundador de Rhizome.org), al momento de hacer el prólogo de un libro de Lev Manovich:
…Los europeos -que tal vez fueran por detrás en tecnología pero que a la hora de la teoría llevaban ventaja- estaban a la ofensiva y nos echaban en cara a los americanos nuestra “ideología californiana” (un cóctel letal de optimismo ingenuo, tecnoutopía y esa política neolibertaria que popularizó la revista Wired).
¡Auch! Coincidiremos que The Long Tail es uno de los textos mas interesantes sobre el impacto que lo digital trae consigo a las lógicas económicas. Pero como Carlos Scolari se encarga de aclarar, también podríamos afirmar que «Anderson se pasó de revoluciones y el tacómetro entró en la zona roja» cuando publicó el pretencioso artículo The End Of Science. Ahí, una cita escandalosa:
This is a world where massive amounts of data and applied mathematics replace every other tool that might be brought to bear. Out with every theory of human behavior, from linguistics to sociology. Forget taxonomy, ontology, and psychology. Who knows why people do what they do? The point is they do it, and we can track and measure it with unprecedented fidelity. With enough data, the numbers speak for themselves.
En palabras simples el admirado Chris borró de un plumazo la importancia de las ciencias sociales, filosóficas, lingüísticas, psicoanalíticas, históricas (acá insertar un largo etcétera) por los alcances cuantitativos de los datos en la era digital. Como si ellos fueran suficientes para contestar las grandes preguntas de la humanidad, enceguecidos todos por el paradigma del progreso que –equivocados– creíamos lo suficientemente criticado.
Y en el amparo de las cumbres cordilleranas, un importante puñado de personas lo filma, lo mira, lo fotografía, lo registra y lo admira. ¿Pensarán ellos que Marx o Lacan serían más creíbles si presentaran patrones numéricos? ¿Dirán de Chomsky: «show me the numbers!»? Quizás Chris Anderson ha creado una larga cola de pequeños tecnócratas, hoy eufóricos por los efectos del cóctel de optimismo ingenuo, tecnoutopía y política neolibertaria, pero que mañana despertarán con una resaca intelectual de proporciones que quizás, en el peor de los casos, se hará extensiva a todo un país.
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